¿Qué se nos ofrece sin una tradición qué cuestionar?
Sobran referentes absurdos inscritos en rollos vacíos con garabatos al pie y códigos de barra acompañando tazas de baño, manzanas vendadas o litografías de latas de Campbell’s…
El pálido brillo de un codo gastado, todo liso, la pátinas de brillo orgánico tornasolado en una cavidad, así como las demás que incluso opacan un contorno, ceden su lugar al lustre antiséptico de lo nuevo en caja plastificada. La manufactura irrepetible, testimonio de la vieja consciencia del obrar, da paso a la repetición en que se reconoce un estatus al poseedor por la afinidad a la marca de fábrica, conforme al perfil previamente diseñado para él mismo.
El problema es que los objetos sin huella sobre sí, nada más ingenioso logotipo, se acumulan luego sin evocar un solo fantasma, como ecos, apenas, de un hábito pasajero que, por supuesto, habrá de pasar también al olvido.