Formas y silencio: Digresiones en torno a la culpa
Por Juan Pablo Torres Muñiz
Silencio.
Sé qué significa melancolía, pero no busco, no tiene sentido, con quién sonreír bajo la lluvia, por los médicos de hace siglos, por la salud que suponían a nuestros hígados más que a nuestros corazones, como si lo contrario fuera mejor — Como si hoy fuera mejor…
Sé qué significa melancolía y también cuán distinta es la pena. Que el resto vea lo primero, si le viene bien.
Silencio.
Cuando planteaste nada más una pregunta, con toda honestidad…
(Acaso, lo mejor sea sólo experimentarlo, es decir, articular la vivencia, mas sin esperar que ni el resultado, ni tan siquiera el proceso, fructifiquen en un antídoto para esta clase de dolor.
Lo que no tiene solución no representa una situación problemática, ni mucho menos un problema, que es en sí mismo un planteamiento a partir de aquélla; es una condición básica, potencial componente de otras situaciones problemáticas.)
Silencio.
Y miras al costado… Las vueltas. Porque ruedas con las horas, acumulando esquirlas de discursos torcidos en el lomo blando — de tu secreta fragilidad. Mientras el resto prefiere pensar, en el mejor de los casos: «Ha de ser sólo un leve pesar, acaso melancolía.»
Miras, procuras pensar…
(Duele. Silencio.)
El arte es la única institución cuya razón de ser consiste en poner en cuestión todas las demás y a sí misma; por lo tanto, también, a la propia institucionalidad. No ha de extrañarnos que, aunque haya brotado abrazado a la religión, pronto se haya emancipado de ella, ni más ni menos que declarando sus dogmas, ficción.
La supuesta dicotomía entre arte y ciencias surge de la filosofía. Atiende más bien al interés de los filósofos de hacerse un campo nuevo de pronunciamiento, dado que la ciencia responde mejor y cada vez más pronto a cuestiones que antes consideraba de su incumbencia exclusiva (el conocimiento en sí mismo), y el arte plantea mejor, problemas en el resto de cuestiones (política y autonomía), además de enfrentar, por si fuera poco, más sencilla y claramente a la religión.
Tanto las ciencias como las disciplinas de carácter científico, por una parte, como el arte, por otra, cuyo estudio requiere, de todos modos, saberes científicos, son formas de aproximación al conocimiento que resultan complementarias: la primera, afanosa de certeza, la segunda, lo contrario. Entretanto, la filosofía, como estudio de la gestión de las ideas, redunda en su estatuto de saber de segundo grado, pues sólo existe en relación a otro previo; verbigracia, tenemos en realidad, solamente, filosofía del arte, filosofía política, filosofía del derecho, etcétera.
Lo que se dice del compromiso del arte con la verdad no es sino una formulación complicada, problemática y conflictiva que parte de la existencia de una verdad por sí misma, así como del arte como repuesta a ella. Vuelos sobre espejismos — mil engaños, Hegel.
El arte orada también la verdad, como otras instituciones de una misma sociedad, y no en pos de otra, absoluta, sino porque duda de la posibilidad de una armónica constitución del mundo, por más de un segundo; porque enfrenta al idealismo, derribándolo, desengañándonos.
(Silencio…)
El arte es, en efecto invención en tanto resulta de operar con materiales preexistentes, pero creación, sí, en cuanto se las arregla para poner en cuestión la constitución misma de dichos materiales además de plantear nuevas formas para nuevos contenidos. Por lo tanto, el arte es sólo creación cuando es genial, e invención cuando cuestiona sí, mas sin proponer nuevos asuntos de fondo a través de sus respectivas nuevas formas.
Desde mi cortedad de miras —que procuro, disminuya lo más posible sin demasiados tropiezos—, alcanzo a distinguir dos tipos de personas respecto al modo en que reaccionan una vez se expone un error por ellas cometido: Por una parte, quienes reconocemos el yerro pronto, a veces, incluso, apresuradamente —terrible vicio—, dispuestos como sea a corregirnos y a reparar el daño provocado, así como a evitar reincidencias, y, de la otra, quienes temen tanto a la culpa —esa emoción delatora—, que se apresuran a pasarla por alto, defendiéndose como sea de lo evidente, hasta el ridículo, o fingiendo conciencia honda, apenas para pasar rápido a olvidar.
En caso las formas de la observación sean inapropiadas, no obstan a que la reacción se dé, aunque, al caso, postergada.
Si valoras mucho a quien así reacciona, asume lo que viene.
Duele escuchar cómo, si logras que ese alguien vea que erró, se centra apenas en su tropiezo, en la cólera que siente por haberse fallado a sí mismo, sin fijarse lo más mínimo en las consecuencias de sus actos. Nada más importa, que su culpa… Y puede dejar correr el tiempo, mucho, mucho…
(Silencio…)
Procuras, entonces, ayudarla a vencer su dolor; te duele a ti que sufra tanto.
Ah, pero no esperes nada a cambio…
Formas
Quinientas formas — pájaro de ala lúgubre,
cenicienta, quinientas alas.
No es éste, terreno para incautos, simplemente
— pero ya lo viste, anduviste por aquí, y
en ningún momento reparaste
en la sombra del ala, en el ridículo de tu forma recortada —
de colores estridentes, lamentables, — atravesada.
Nadie te obligó. Nada —
No hubo invocación — ni hay rezo que te justifique,
ni la piedad apelada en ninguna misa a la que
acompañaste a los fieles — te acredita,
limita el beso helado, el aliento sutil,
a veces refrescante, del desengaño.
Ala gris.
Sombra helada —
sobre el prado silente de raíces expuestas, donde —
huele fuerte el humo, todavía…
Te advierto: Que
si andas lo suficiente, soñarás que
cruzas camino con alguien más —
extraviado como tú, para
ser hallado por ti…
Y — así se perpetuará tu marcha,
hasta que seas, tú también, sombra,
sello del ala en lo alto.
Allá. — Entre ecos de rezos
Vos y voz —
Canto ausente.
No soy miserable. No quiero molestar a nadie. Mi pesar es sólo mío. «Sólo cuentas contigo mismo, hijo», dice el padre, a su pesar, realista — aunque esté dispuesto a dar su vida por ti, y de hecho lo haga; mientras la madre miente tan a menudo, con tan buena intención…, no obstante, sea la autora de los mayores milagros — cuando se entrega sin el menor reparo, cuando no se da tiempo a sí misma de ser quien cree ser, y actúa.
Te dije, te digo: «Te necesito.»