Citas, enfrentamientos: Sobre los rostros de Jhonathan Quezada

Por Juan Pablo Torres Muñiz

Las series, en general, se sostienen por la fuerza del motivo; éste justifica, en buena medida, la justa repetición de un objeto y explica, por supuesto, la variedad de sus representaciones.

Las distintas variaciones convierten al conjunto en un complejo de cuestionamiento. Si bien cada obra debe de bastarse a sí misma para cuestionar a quien la enfrenta, el conjunto de ellas plantea de por sí la posibilidad de un abordaje pleno, uno que contempla distintas formas de cuestionamiento.

Los retratos requieren tratamiento aparte. La variedad en las muestras compuestas por ellos proviene de los rostros mismos, pero no sólo por su configuración y su fisonomía, sino de la expresión que le da vida a cada uno. Bastaría un elemento de ellos, apenas, para explicar una serie: ojos, bocas, orejas, frentes. Un rostro es un mundo; no sólo por la situación del sujeto retratado, que revela con sobrada elocuencia, sino, además, porque las fuerzas que sostienen los rasgos en la posición en que se encuentran, la vibración bajo la piel, el brillo en los ojos, cada detalle, permite vislumbrar cómo es que el sujeto, repentina y potentemente persona, por esta revelación, enfrenta la realidad.

Ni qué decir, ya, respecto de la forma en que el artista decide intensificar o disimular uno u otro gesto, la manera en que destaca uno u otro rasgo de las personas retratadas; ni del uso que hace de las técnicas para tales propósitos.

Es por la forma en que se conjuga todo, la manera en que, por otra parte, el artista imprime de sí mismo en cada obra, que el conjunto cobra un nivel distinto como propuesta.

Lo dicho hasta el momento explica, sólo en parte, la forma en que Jhonathan Quezada opera con su propia muestra de retratos. Casi doscientos rostros que equivalen a bastante más que cientos de expresiones e impresiones, a muchísimo más que cientos de instantáneas, si además tomamos en cuenta, como corresponde, el sello tan particular en que el artista concibe su obra, incorporando en cada caso, tanto el momento y las circunstancias, como el carácter del diálogo que se desarrolla con quienes posan, lejos de la parálisis, en el mismísimo desenvolvimiento de sus personalidades.

El proyecto surgió hace ya unos años. Cada uno de los modelos ha tenido su momento, por decirlo de algún modo. Cada cita, su atmósfera; por supuesto, su tono de calma y, por contraste, el estímulo de cierta tensión: ideas que fluyen, voces que quedan en la memoria de los participantes, superando la categoría de anécdota, auténtica memoria.

El ambiente es –me consta– de lo más agradable. Jhonathan dispone del ambiente, precisamente, para que la labor fluya como parte de la ocasión. Lejos de la ritualidad, la acción corresponde directamente a la impresión de la persona ante la situación, con una visión refleja de cuanto manifiesta espontáneamente. Una lente que perfora a la vez que captura del ambiente, el hálito de lo que no se dice, pero bien se sabe, para contento de todos.

Bastante claro, en cada caso: La duda en una mirada, el fruncimiento suspicaz, los aires de abandono, a juego con el humo mismo del cigarrillo, con el aura que se alza tras la melena, etcétera: cuanto toca y convierte el momento en tal, y a la obra en clave de aquél.

Hay, además, una evolución evidente en cuanto a la ejecución. Los trazos breves, de notable precisión, ceden por momentos a golpes no menos certeros, pero de corte más evidentemente expresionistas, dada su violencia. Las texturas van cobrando cada vez mayor importancia y las imágenes cobran vida hacia el frente, quebrando por completo cualquier limitación bidimensional, lo mismo que hacia el interior; y es que resulta sencillo reconocer tajos, cortes hondos en la tela, que barren, rasgan, y otras veces mezclan óleos, irradiando tempestades, sembrando honduras de curiosa serenidad.

Las cuestiones que provoca cada uno de los cuadros, la forma que tienen de enfrentar al espectador, tentarlo a buscar, más que a alguien en particular, alguna seña general, y devolverle, en cambio, una brutal carcajada en color, burla, acaso del afán simplón, grieta para la reflexión más honda, pozo para ahogar la propia ingenuidad, se explican mejor directamente en la sala. En efecto, uno de los atributos que le valen a Jhonathan, tanto por sus demás proyectos como por éste, siempre una mención de reconocimiento, es la elocuencia de su obra, a la que textos como éste procuran nada más brindar más luces, mas no explicar.

Estos rostros responden cientos de veces de múltiples maneras a cada quien se enfrente al conjunto. Entre tantas bocas, la retórica sobra. El encuentro, pese a su carácter multitudinario, evoca una intimidad de la que bien saben decir lo propio, a veces con dolor, a menudo entre goces, los cuerpos.