Las cuestiones que provoca cada uno de los cuadros, la forma que tienen de enfrentar al espectador, tentarlo a buscar, más que a alguien en particular, alguna seña general, y devolverle, en cambio, una brutal carcajada en color, burla, acaso del afán simplón, grieta para la reflexión más honda, pozo para ahogar la propia ingenuidad, se explican mejor directamente en la sala. En efecto, uno de los atributos que le valen a Jhonathan, tanto por sus demás proyectos como por éste, siempre una mención de reconocimiento, es la elocuencia de su obra, a la que textos como éste procuran nada más brindar más luces, mas no explicar.
Estos rostros responden cientos de veces de múltiples maneras a cada quien se enfrente al conjunto. Entre tantas bocas, la retórica sobra. El encuentro, pese a su carácter multitudinario, evoca una intimidad de la que bien saben decir lo propio, a veces con dolor, a menudo entre goces, los cuerpos.