Ideal en lugar de realidad. El cambio, drástico, impregna el pensamiento de la masa. Es común, ya, que la comunicación en redes sociales se dé precisamente en estos términos. Anda muy en boga el verbo visualizar, que significa imaginar, hacer imagen, generar rasgos para una realidad que no está efectivamente ante uno. Ver un ideal. Antes, en medios como YouTube, se hablaba aún de vistas, ya no, ahora son supuestas visualizaciones. Más que un mero error, se trata de un trocamiento intencional.
Es importante saber visualizar, toda planificación se lleva a cabo por medio de esta operación. Pero muchos han llegado por preferirla al punto de obviar la vista en cuanto observación objetiva que, por cierto, nos obliga a asumir cuanto de contrario al ideal tiene lo que vemos. Millones de personas desconfían, de hecho, de lo que efectivamente tienen ante sí, de la realidad material, trituradora de ideales. Así, hoy, abundan ciegos o visionarios, pero pocos ven de veras.
Sobran motivos válidos de reclamo al actual gobierno. Razones de fuerza que requieren planteamientos de solución razonables y luego, por supuesto, acción coherente, en suma, una gestión responsable. ¿Qué tanto de esta razonabilidad vemos entre la confusión que cunde? ¿Qué se dice dotado de sentido y se presta de veras al diálogo y a la discusión?
De entre los partícipes en las marchas por calles y mítines en plazas, habría que suponer que, además de los dirigentes de cada agrupación, al menos los estudiantes universitarios tendrían que poder explicar qué persiguen, admitiendo que el grueso las masas que claman arengas nada más expresan su insatisfacción y rechazo a tal o cual medida concreta o incluso a una política, en tanto son capaces de identificarla, no más. Pero resulta que los representantes de las organizaciones en marcha insisten en el mismo rechazo, redundan en su carácter indeterminado, y, es más, fomentan en sus declaraciones una confusión mayor: tienen claro a quién detestan, pero no más que por un supuesto sostenido en indefiniciones; es decir, detectan por ejemplo corrupción o malos manejos, pero si no es en su flagrancia, apenas desde un espectro ideológico confuso, sin criterios claros y apelando a una colección de términos a cual más dudoso, todos los cuales asumen ciertos para todo mundo, cuando en realidad son incapaces de explicar que significan ni, mucho menos, cómo han de ser interpretados en determinados contextos ni cómo es que cabría operar en una administración estatal en pro de uno u otro con un mínimo grado de certeza.
Cunde la confusión. Abundan testimonios en los más diversos medios de comunicación de una u otra tendencia, así como en los más pretendidamente objetivos, suficientes para afirmar que, en general, grandes masas siguen sin más, corrientes de opinión, toman partido asimilando expresiones de un discurso cuyos términos y definiciones les son imposibles de definir, y otras tantas, pasan además a la acción. En este último caso, los integrantes de las masas son en su amplia mayoría incapaces de responder por sí mismos, razonablemente, a por qué hacen lo que hacen; eso sí, apelan de inmediato a emociones, a pena, amargura y bronca, aunque apelando a palabras como indignación, justicia, castigo y demás, para dar paso, como ya fue dicho, a un despliegue de lugares comunes en el fondo incomprensibles para ellos mismos. Hay también mucha gente que simplemente se pregunta adónde vamos, con ese plural mayestático que, dadas las circunstancias, redunda señalando su grado de extravío.
Tanto con la fotografía analógica, como con la más moderna, cuyo tratamiento digital permite hablar de muchísimo más que capturas en principio, el enfrentamiento entre visiones, la del autor, de una parte, y la del espectador, por otra, habida cuenta la inmediatez y fidelidad que justifica el uso de la tecnología, implica un grado de violencia elevado y, por ello mismo, decisivo.
Desde luego, hay propuestas y propuestas. Tatiana Rivero nos enfrenta desde hace años a sus modelos en una suerte de juego de espejos en el que la soledad hace eco dentro y fuera de la obra.
Hablar de políticas educativas en nuestro medio implica, al parecer, asumir la tara de su mayor o menor fracaso como justificante de otros múltiples males, poco más. No es un secreto que según distintas evaluaciones internacionales, nuestro país anda en la cola, como tampoco lo es que, con frecuencia creciente, asistimos a bochornosos espectáculos por parte de nuestras autoridades, que ponen sobre la mesa la cuestión de si completaron o no aceptablemente la primaria escolar... ellos y buena parte de los votantes. Ciertamente, el impacto de una gestión educativa deficiente es difícil de calibrar en cada ámbito del estado, a ello responde el brochazo gordo de la calificación de desastre. Sin embargo, poco o nada se dice públicamente respecto de cómo es que las políticas educativas, por ser precisamente tales, debieran atender siempre los intereses de un estado, tanto en relación con otros como más allá de éstos y, con frecuencia, contra otros tantos.
En su conversación, Ana impresiona, siempre. Su natural cordialidad impide en todo caso que las confrontaciones, siempre significativas, que ocasionan sus lienzos, de las que vertimos buena parte en cartas y notas, dejen de ser en todo momento, oportunidades de conocerse más uno mismo.
Las coincidencias a propósito de los enfoques (en sus niveles más comprometidos y, quizá también, comprometedores) o, más precisamente, respecto los términos empleados a su desarrollo, en lugar de favorecer un diálogo veloz, de abundantes ideas en ágil sucesión, de liberar las voces en torrente –habida cuenta, además, la confianza que inspira–, nos aproximan a la artista en cita común con el silencio: de vuelta ante los elementos reconocidos, los puentes a la evocación común, revelación de sus cuadros…
Quienes se enfrentan al arte se enfrentan a una ficción, pero a consciencia de la naturaleza del duelo. La ficción se presenta al lector, al oyente, al público en general, como tal: una representación parcial, producto del intelecto, de la aplicación de una serie de criterios y una interpretación de la realidad que la inspira. Cuando consta una advertencia de que tal o cual obra se basa en hechos reales, incluso cuando vemos que ésta refleja una porción de realidad de forma enormemente realística, debemos notar que, debido al lenguaje de la obra, a la técnica que emplea, resulta más claro aún que una reproducción completa de la realidad es imposible; ante nosotros luce una selección de elementos representados fielmente, lo que constituye de por sí una forma de planteamiento ficticio e implica una abstracción.
Citas, enfrentamientos: Sobre los rostros de Jhonathan Quezada Por Juan Pablo Torres Muñiz Las series, en general, se sostienen por la fuerza del motivo; éste justifica, en buena medida, la justa repetición de un objeto y explica, por supuesto, la…
La guerra es una realidad, una de la que se dice mucho, de la que se habla fácilmente. Repudiable hoy para casi todo mundo, pinta de fenómeno injustificable, salvo cuando se supone legítima defensa; es decir, del lado de las víctimas, contra algún opresor, como reacción a la agresión inicial del otro, como continuación inevitable, nunca por iniciativa propia, en definitiva. Pero ¿es, acaso, tan simple la realidad?
En tiempos de taquilla millonaria para sellos como Marvel y DC, en tiempos de disfraces y poses, no sólo de niños, y ya sin que importe que esté lejos Halloween o el carnaval, cabría suponer, acaso, que todo mundo sabe de qué habla cuando habla de héroes. Pero no es el caso. Como suele ocurrir con los términos que requieren interpretación literaria, pero que suenan demasiado, a lo que cede la mayoría es a puro idealismo. Muy pocos pueden definir con precisión qué es un héroe y mucho más señalar las implicaciones del uso de una u otra indefinición.
Es verdad que en escuelas se habla de héroes patrios, si bien cada vez con menos crédito, acorde a la creciente relativización de toda moral ante una pretendida ética universal, absurdo implantado ante el idealismo identitario de moda. ¿Qué es un héroe? ¿En qué consiste la heroicidad? ¿Y qué es un villano y qué un antihéroe? ¿Es posible hablar de una moral y de una ética como ejes de la heroicidad?