Acaso solos: Notas sobre la propuesta fotográfica de Tatiana Rivero

Por Juan Pablo Torres Muñiz

Tanto con la fotografía analógica como con la más moderna, cuyo tratamiento digital permite hablar de muchísimo más que capturas en principio, el enfrentamiento entre visiones, la del autor, de una parte, y la del espectador, por otra, habida cuenta la inmediatez y fidelidad que justifica el uso de la tecnología, implica un grado de violencia elevado y, por ello mismo, decisivo.

Desde luego, hay propuestas y propuestas. Tatiana Rivero nos enfrenta desde hace años a sus modelos en una suerte de juego de espejos en el que la soledad hace eco dentro y fuera de la obra.

Pero para justificar este comentario, vamos por partes, aunque en corto. Nociones básicas:

Aquí planteamos que el arte es una situación comunicativa en la que interviene necesariamente un conjunto de materiales, al punto de que si alguno de estos falta, nos vemos más bien ante algún otro tipo de fenómeno. En el arte, el autor elabora una obra a partir de su interpretación de la realidad, mas para cuestionarla, sea en uno u otro aspecto, y lo hace empleando recursos propios de un sistema expresivo legible, comprensible por una sociedad (un arte, en particular). Así, la obra, que constituye un texto en tanto y cuanto se configura de un conjunto de signos legibles y es elocuente en su sentido cuestionador a través de un lenguaje determinado, así como citable y referible, es una afirmación en sí misma de la visión propia del autor (sujeto de su triple materialidad: corpórea, psicológico emocional y racional) que enfrenta al espectador y lo cuestiona respecto de su propia visión de la realidad. Este cuestionamiento se da en un marco de reconocimiento general que se materializa en la institucionalidad o la figura del transductor, intérprete de la obra no ya para sí mismo (como el espectador), sino para los demás integrantes de su sociedad. Por lo tanto, no es ni expresión solamente ni sentimiento ni, mucho menos, algo místico; es producto de la gestión de los hombres, a partir de impulsos y emociones, a través de la razón, que impacta socialmente.

Por otro lado, es necesario aclarar que cuando hablamos de violencia nos referimos al producto combinado de la velocidad (relación entre espacio y tiempo) con la que un determinado estado, proceso o fenómeno, en general, cambia, y el grado de cambio que efectivamente se da; así, por lo tanto, más violento un suceso cuanto más repentino y mayor el cambio que registra. Un par de ejemplos: Un suave beso inesperado, robado en público, es violento en la medida en que resulta sorpresivo y transforma el estatus de los involucrados en su comunidad; por otro lado, es difícil imaginar algo más violento que una tremenda explosión en una zona urbana o que el nacimiento en un bebé en plena calle.

Finalmente, el asunto de la soledad. Pero ya con él nos vemos inmersos del todo en la cuestión del trabajo de Tatiana, que lo plantea de forma más bien indirecta..

Cada quien descubre quién es, de momento, al enfrentar la realidad. Nuestra realidad se funda en un complejo de cuerpos, de afectos y de vínculos sociales, así como de instituciones y el patrimonio común de la razón, que cambia asimismo con el tiempo. Así que qué hay de uno mismo solo en una habitación cerrada —al menos figuradamente—, rodeado de objetos que provocan, en su desorden, la composición de un paisaje más o menos familiar, qué hay de uno ante uno de estos en particular, ya no en torno, sino puesto en sus manos para ver en él, finalmente, lo que quiera, ¿qué brota, entonces de cada quien? ¿Qué dice de sí? ¿Y qué de lo que no es capaz de hablar?

Vivir implica operar en la realidad, manipular objetos, experimentar fenómenos. Inclusive con el pensamiento. Pero es que pensar implica actuar, necesariamente; nada de poses. El pensador de Rodin, en tal sentido, no es más que un tipo apartado de la realidad, desnudo porque sí; acaso quepa señalar la estatua como un monumento a la impotencia, al idealismo orgulloso, por supuesto también al romanticismo francés (lo que justifica plenamente que el propio Rodin renunciara en su momento a identificarlo con Dante… para que ganase carácter propio). Así, los verdaderos pensadores andan, observan, anotan, construyen, destruyen, luchan, a menudo consigo mismos, el dolor reflejado en el rostro. Los verdaderos pensadores son lo que son ante las cosas, los hechos y los sucesos, en su momento particular y en un determinado lugar, situados e incluso a veces sitiados. En soledad.

A partir de este principio, patente en cada imagen, se abre el abanico temático. A fin de cuentas, los temas son conceptos que uno tiene más o menos claros hasta que, de la lectura del texto, de la interpretación de la obra de arte, deja de ser así y brota, por lo tanto, la discusión. Aquí, merced de los perfiles, de los contrastes sombríos, del desorden de mantos, cuerdas, hilos, bultos acumulados, pendientes entre palos y cajas, del desconcierto: la soledad misma, la condición de mujer y la de hombre, la niñez y la adultez más un largo etcétera, todo por instancia de respuestas, pues ¿cómo componerse ante esto, de cuadro a cuadro, en el entrevero?

Tatiana, claro, no se guarda nada a la hora de disponer del choque, todo lo contrario, procura la mayor claridad posible a su intención, y he aquí la elocuencia de la obra —que ha de decir lo propio por sí misma, siempre (haciendo del comentario crítico eso, apenas un haz nuevo, parte transductiva, que invita a discutir todavía más)—. La violencia de cada imagen reluce en sus acentos: por la sinuosidad interrumpida, la fuerza de las líneas, por las manchas, los cruces de sombras y los ángulos que surgen de la contraposición de las distintas capturas, detalle con el que redundamos: la multiplicidad se presta al pensamiento sólo un instante a la vez, aún si soñamos en su expansión, en un viaje de hondura, siempre hipotético, cálculo solitario cuyo extravío nunca será cita.

Decíamos que cada quien descubre quién es al enfrentar la realidad, al verse enfrentado por ella. Añadimos, por si fuera necesario: solo.

Todo está relacionado al menos con algo más, pero nada está relacionado con todo a la vez. Symploké de Platón, siguiendo a Bueno. Cada sujeto…, sujeto de su cuerpo, de su psique y de la razón, ha de verse a sí mismo en el reflejo manifiesto del espejo que ha construido con los demás, y tendrá, a su vez, que interpretarlo, siempre con la duda de si de algo le servirá para ello el diálogo. No importa cuánta gente haya alrededor, dentro o fuera del recinto en el que reflexionamos. Lejos de todo subjetivismo elemental, he aquí la evidencia material de la soledad, su carácter invencible: Nunca del todo unidos, jamás desvinculados, pero en todo caso, fuera del absurdo de la compenetración mágica, de la confusión esa de la humanidad. En suma: como personas.

Despedazada toda ilusión de autodeterminación, acaso la invitación final sea la de la música y la danza, a la armonía momentánea que brinda la ocasión. Por siglos hemos enfrentado así el horror.

Finalmente, si resulta excesiva esta forma de atender las imágenes de Tatiana, queda expedito el camino a cualquier otra, siempre que justifique su escritura, su articulación lingüística, que conlleve explicación solvente de que no sea preferible, en lugar de leerla, volver a la danza en soledad, sin más.