El fuego, el instante: Conversación con Florence Rivières

Con Juan Pablo Torres Muñiz

Reconocer en diferentes imágenes, de hecho, cierta variedad de personas, máscaras distintas; consistente cada carácter.

La pretensión es expresa. Un encanto particular en cada captura, que atrapa el aura de un lapso de tiempo mayor, ése en el que ella misma, Florence, protagoniza, determina la escena. Siempre, a través del tiento de una historia, que bulle desde el mismo par de ojos, de su boca, y el gesto.

Así, conversar con ella implica reconocer la fuerza a partir de la cual parecen brotar tan naturalmente sus propuestas, de donde surge su cuestionamiento recurrente, y cómo determina el carácter, no solo de su participación en cada filme o captura, si no, con éste, el de la obra toda.

Provoca a preguntar, en principio, a sabiendas que detrás hay mucho más: ¿Solo pose…?

Fotografía, escritura, actuación, modelaje… Ficción.

Me gusta mucho esa frase que dice que los artistas son mentirosos cuyas mentiras terminan revelando la verdad. Pienso que todos usamos porciones de la verdad, de quién somos, de nuestras experiencias. No creo que uno se deba preguntar si eso o aquello es ficción, un testimonio parcial o completo, pues la respuesta cambia para cada pieza que creamos.

De hecho, el arte sólo es tal una vez conjugados sus materiales, los materiales artísticos, como elementos comunicativos: Autor, receptor, obra y marco institucional. Pero para hablar de obra de arte es necesario recordar que se trata de una afirmación, la materialización de una visión y, en tal sentido, una propuesta y una provocación por parte del artista, algo que nunca se corresponderá con la realidad de veras, sino que se construye a partir de esta, racionalizándola, tomando de ella ciertos aspectos, reconfigurando otros, añadiendo también lo propio, hasta generar la propuesta: un objeto que vuelve al mundo para cuestionarlo, precisamente porque no encaja, porque seduce desde su parecido y su idealización, pero acaba quebrando su concepción hasta el momento.

Cuando declamo y actúo un texto que no he escrito, solo estoy interpretando, defendiendo el texto, ayudando al escritor a contar sus historias. Amanda Palmer tiene esta imagen: hacer arte es como tomar piezas de la realidad y colocarlas en una licuadora. Cuando enciendes la licuadora en nivel uno, mantienes los hechos tal como son. En nivel diez, digamos, creas mundos totales, y entonces ya no se puede reconocer el material original, al menos para quienes no te conozcan realmente muy bien.

Has escrito a propósito de ello…

Diría que el caso de Art of Pose, la licuadora está en nivel uno. Cada palabra es verdadera. Mis relatos cortos Half-Human y Burn Out andan en dos y tres, me parece. A la serie web Sans Vouloir Vous Déranger, cuyos primeros episodios fueron co-escritos con el director, le correspondería un nivel tres. Pero lo que ahora estoy hacienda va fácilmente a niveles seis o siete. Y cuando me toca ser directora de arte en mis proyectos fotográficos como modelo, el nivel de la licuadora usualmente es alto.

No obstante, la consistencia de los personajes depende siempre de un motivo… robusto, persistente.

Resulta difícil decir qué es lo que cuenta como ficción y qué como testimonio, si hablamos de metáforas. Tengo fotos en que puedes observar a una diosa mitológica, o puedes ver una metáfora de cómo uno se siente cuando libera el espíritu, y se comienza a crear. La primera propuesta, una ficción, pero la segunda acaso se proyecta como testimonio.

La propuesta se desprende de la intención. Pero finalmente, incluso, la traiciona, lo que se nota antes de soltar del todo amarras: cuando el autor nota que, en efecto, los personajes cobran vida propia (comentario este, tan común, y real).

Pero el proceso que te permite pasar de uno a otro nivel, como dices, atiende también antecedentes.

¿Cuál es la historia?

Me hice modelo, primero, porque quería sentir más confianza. Con mi imagen, mi cuerpo. De niña era “esa chica fea”, adonde quiera que iba. Mis años de colegio fueron un poco duros para mí, de modo que cuando cumplí dieciocho tenía una imagen muy negativa de mí misma. Y conocía a amigos de amigos que modelaban, posaban para las cámaras… Me puse a pensar… ¿por qué no darle a eso una oportunidad?

Empecé a modelar para aprender a aceptarme, y entonces me di cuenta de que se puede contar una historia con las imágenes. Mi cuerpo no era solo mi cuerpo. Era un lenguaje. Y aprender a modelar era una manera de aprender a hablar ese lenguaje. Y luego aprendí que, si podía hablar, también podía gritar, podía defender lo que pensaba que era correcto. Podía hacerlo una especie de militancia.

Así fue cómo ser modelo me convirtió en una activista.

[Risas…]

Vas delante y detrás de la cámara. Antes, mucho más, en la concepción, pero también después, en la hora justa, dispuesta a la pauta y al momento…

Poso para artistas cuya visión me conmueva. Y también para amigos –con frecuencia son lo mismo –. A veces… para mí.

Quiero elegir proyectos que me interesen, pues no tengo mucho tiempo, de modo que todos aquellos proyectos “solo bonitos”, pues los he descartado. Salvo que paguen la renta…

Bonito… Sí, va para los pagos. En estos casos funge de respuesta: refleja lo que supuestamente quieren los demás o se les hace sentir que necesitaban: afirmándolos en algún aspecto carente, a menudo, simple deseo de abstracción, de olvido. Complacencia. Al miedo.

Se confunde mucho e intencionalmente, asombro, conmoción y cuestionamiento, con mero placer.

(La belleza, más bien, transforma; en efecto, echa por los aires las nociones y categorías que debieran, se supone, permitirle a uno encajar eso que ve, que lee, que oye o experimenta, inútiles. La belleza es el nombre que adquiere el resultado del fenómeno del asombro más fértil.)

Cuando estoy frente a la cámara, por supuesto que estoy allí, con mi propia energía, el intercambio con el fotógrafo, la específica conexión que compartimos en el momento; dependiendo de quién sea el director de arte, yo misma dirijo las tomas o dejo que el fotógrafo me conduzca. Si no soy la directora, hago sugerencias, de todas maneras. Pero se trata, otra vez, de una pregunta cuya respuesta es: depende del fotógrafo / del proyecto / del día / de la fase de la luna.

Cada sesión es diferente, cada interacción, única. En lo que respecta a la parte de la edición: mi decisión está hecha con la elección de un fotógrafo. Si decido trabajar con alguien significa que confío en sus elecciones también en el proceso de edición, de modo que cuando terminan las tomas termina mi trabajo.

Elección acorde… A quien haya de elegir a su turno, también por uno. Y ¿cuando te eliges a ti misma, cuando tu visión te reclama…? 

Aprendí a fotografiar modelando… Al principio, cuando eres modelo, miras tus fotos y lo primero que te preguntas es si lo hiciste bien, si te ves bien. Solo después, quizá, prestes atención a la composición, a lo que dice la foto. Ganar experiencia como modelo significó para mí aprender a no preocuparme de cómo me veía yo, a fijarme primero la composición. Y cuando posas para un montón de fotógrafos, puedes llegar a ver gran variedad de composiciones, de las que conoces bien el otro lado, en que has participado.

Entre más arte ves, más capaz eres de saber qué es lo que te gusta y por qué.

Es posible apreciar cómo las fuentes y referencias que nutren una visión, al caso, más allá de la fotografía, surgen aparentemente de una misma tensión y así portan, digamos, su motivo, para encontrar mejores u otros distintos medios…

¿Arte más allá de la fotografía? Definitivamente, para mí, escribir y actuar. Ambos. A la par.

He dirigido un cortometraje que debe estar saliendo este mismo octubre.

Pero no me gusta cerrar puertas. Ahora mismo continúo un proyecto como fotógrafa, de otro nombre: Sigili. Tomo fotos de cicatrices y le pido a las personas que as tienen que cuenten sus historias. Puede llegar a ser muy emotivo en el momento en que estoy escuchando las historias de esos extraños.

Una conexión íntima. Abrir una herida. Comprobar que todos sangramos…

Parte del oficio consiste precisamente en lograr esta aproximación. Tocar al otro. Para ello entran a tallar conocimiento, manejo de la tradición, técnica y, por supuesto, instinto.

Como ya dije, no quiero limitarme; lo que no siempre ayuda, porque las personas se confunden y no saben en qué casilla mentalmente colocarme. Pero en realidad no me importa.

Es una entrega. Una entrega, nada más…

 

 

 

Traducción por Roberto Zeballos Rebaza

 

De las fotografías: Florence Rivières en colaboración con:

  1. Charlie Foster
  2. Florian Beaudenon
  3. Olivier Ramonteau
  4. Julie De Waroquier
  5. Charlie Foster
  6. Helene Lu
  7. Miguel Ramos
  8. Julien Rico
  9. Sacha Rovinski
  10. Sacha Rovinski
  11. Sentenac Coline
  12. Julie De Waroquier
  13. Manuel Brulé