Golpe y desbandada: Sobre la propuesta de Laura Makabresku

Por Lena Marin

Tratándose de personas, por toda víctima se supone, hay siempre un victimario. Se trata más que de posiciones, de roles. Cada uno de estos, determinado por un comportamiento en relación a su contraparte a través del daño.

Si el corazón ligero de la víctima acarrease siempre alguna culpa del victimario, ¿no implicaría esto una nueva victimización, esta vez en sentido inverso, trocados los roles? ¿Es que es capaz de lastimar al otro, la propia fragilidad?

Laura Makabresku pretende, acaso, hacer de determinadas víctimas, personajes activos. Estos actuarían, de hecho, a través de la contemplación de su propia condición, como si fruto de ésta o, más precisamente, como consecuencia de su reflejo en la captura fotográfica, alcanzaran a herirnos.

¿En qué medida nos convertimos efectivamente en «los otros» de esa relación a través del daño, en nuevas víctimas de la víctima inicial?

La respuesta a esta pregunta da cuenta del modo en que Laura plantea el choque dialéctico, cómo nos convoca. En tal sentido, es lógico suponer la intención de hacer de sus imágenes símiles de bombas, prestas a detonar según actúen en cada quien las referencias que teja, según también las circunstancias, a propósito de los elementos universales en juego.

Claramente, se nos invita también a descubrir el carácter esencial de la propuesta, los criterios detrás de la elección de los elementos de cada composición, así como del modo en que finalmente hacen juego.

El contacto se procura lo más directamente posible. La metáfora, elemental, corresponde al planteamiento, a la composición general, mucho más que al detalle, del que poco más se extrae. Las formas, color y texturas, subrayan el efecto general, siempre.

Quien se enfrenta a las imágenes se ve, en principio, ante escenas de comunicación interrumpida, alegorías de alianzas en que se omite la palabra o, más precisamente, situaciones en las que ya no cabe decir más, si alguna vez cupo. Se trata de una suerte de ritos interrumpidos.

Las mujeres en actitud de pasivo abandono, de derrota o de simple contemplación; los animales obviamente disecados o, en caso se los note vivos, también dóciles en extremo (al menos para la ocasión). Todo presto, sin más, al montaje.

Lejos de representar fielmente una determinada visión, un anuncio de origen quizás incierto, al margen de su carácter enigmático, lo mismo que cualquiera otra situación extraída de los sueños, lo que tenemos ante nosotros son una suerte de maquetas. La situación que se pretende probar con ellas es la de víctima, y es a partir de ésta, de su imagen, que brota la cuestión planteada en un principio, cuya consecuencia habría de ser una herida fuera del cuadro.

La representación asemeja a las que se realizan de determinados crímenes a fin de entender los detalles no revelados en las declaraciones dadas al tribunal.

¿Con qué se nos enfrenta, en todo caso? ¿Cuál es el equivalente del crimen? ¿Cuál el de la culpa que trasciende el plano de cada cuadro?

Si algo brilla de una a otra imagen de Laura Makabresku es el aura de un futuro fallido. La ruda poética de una advertencia. Una manifestación lastimera, también, de la verdad de toda relación con fondo en la ternura. De manera que se nos advierte, en general, sobre nuestra propia crueldad.

Por ello, la fragilidad como constante en la ecuación, clave de la provocación, que evoca siempre la condición de indefensión.

Permítaseme el paréntesis (¿Acaso, digresión?)… para abrir paso al fondo de la cuestión, a través de una serie de imágenes en que los animales están ausentes:

La noción de tiempo se revela en y a través de la figura del sacrificio. De hecho, es a través de los ritos que se manifiesta la plena voluntad de entrega esperanzada de los bienes presentes por un futuro propicio. Se pretende inclinar el mañana en favor de uno a costa de la entrega de o más preciado, de la renuncia al goce inmediato, y sin olvido del esfuerzo que requirió conseguirlo, del pasado en sí, como memoria del trabajo.

Subrayamos la idea: en el alba de los tiempos, a la luz del lenguaje consciente, el rito sacrificial revela una noción nueva para la humanidad en pleno, lejos de la exclusiva perspectiva individual. Afirmar que la imagen de la primera deidad única corresponde acaso a una proyección futura de una voluntad más o menos justa, con sus mil ojos dispuestos hacia nosotros, conocedora en detalle de nuestro proceder, incluso a hurtadillas, presta a recomponer el panorama sobre el que patinan nuestras expectativas, a devorar nuestras esperanzas y a responder, quizá, acorde a la calidad de nuestro sacrificio; es decir, al valor de nuestra tenacidad demostrada, con su gracia…, esto, equivale al nacimiento de la religión más allá del mito.

Presencias comunes, aparte las frágiles modelos…

¿De qué animales se trata? ¿Qué representan las palomas, los gorriones, los cuervos? ¿Por qué las encontramos de nuestro lado de las ventanas, lejos del cielo abierto, posadas para tocar el delicado pecho, los labios, los párpados de las modelos, para libar de su silencio? ¿Qué hay de los ciervos, los conejos y los zorros?

Son todas criaturas que representan la suerte de una anunciación, y el ideal adolescente de libertad, ante el asedio de la muerte y bajo el halo de la gracia y la fortuna, merced del animus de aquella entidad a la que se rinde tributo, ciegamente: el amor.

Los demás signos son evidentes: Las aves, mensajeras; en los ciervos: pasión y virtud; en los zorros: inteligencia, astucia y resolución. En general, se trata de cualidades que requieren, todas, un cultivo cuidadoso y bastante disciplina. Una vez más: sacrificio. Criaturas cuya aparente fragilidad refleja la dificultad de sostener las cualidades que representan. Lo frágil de una condición digna y prudente, sobre todo, compasiva.

A fin de cuentas, herir es fácil.

¿En qué medida es cierto eso de que la auténtica piedad es incontestable? ¿Cuán efectivo resulta apelar tan directamente a la indefensión de la víctima, con sus emblemas quebrados?
Veamos: Cuán directo es el sentido de esta propuesta, nos lo dice la composición misma en su carácter elemental. Consiste, sin rodeos, en una apelación.

En cuanto a su efectividad, no como un asunto técnico, de fácil medida, vemos que se nos plantea en el límite mismo de la obviedad, donde la elocuencia tienta al kitch… En efecto, son muchos los trabajos que se asemejan al de Laura, pero la mayoría, posteriores y claramente a su sombra…

¿Hasta dónde es posible llegar a través de estas maquetas? Es evidente que se saturan pronto de signos y de símbolos, más aún cuando son cada vez más quienes juegan con ellos, tratando de armar sus propias combinaciones. Llevan en escalada un vocabulario cuya gracia ha radicado desde el principio en su sencillez. La sofisticación proviene, en esta obra, de la luz, de las texturas, nada más.

Como el cielo adonde alzan vuelo las aves que Laura prefiere, se pierden desde hace tiempo las ideas, pero no en bandada, ni mucho menos en formación, por lo que tampoco cabe soñar con un horizonte de signo propio, con el mismo impulso.
La libertad implica también sacrificio, disciplina, pulso. Implica límites.