Luces al desvío: Sobre obras de Joni Mitchell
Por Juan Pablo Torres Muñiz
La misma Joni Mitchell declaró, en su momento: Siempre he pensado en mí misma como una pintora desviada por las circunstancias…
A propósito, caben ciertas notas: ¿cuánto se desvió en realidad, de la realidad? ¿Es posible que la propuesta original de un artista de su talla, pueda extraviarse significativamente al paso de una a otra forma de expresión, siendo el caso que domina ambas –salvando, desde luego, las distancias entre una y otra– con probada solvencia?
¿En qué medida una misma forma de sensibilidad específica, principal, al caso, la visual, pervive nítidamente por una u otra vía?
Joni comentó también, en otra ocasión, que un admirador le dijo pintas imágenes en mi cabeza, lo que para ella significó un elogio especialmente significativo.
Joni Mitchell: Pinturas, fotografías, canciones; más… Sus letras constituyen por sí solas, territorio de necesaria exploración, para otro texto. Por otra parte, desde los famosos Plant y Page, pasando por los muy populares Pink Floyd, y los maestros Holdsworth, Mingus, Hancock y los hermanos Brecker, entre otros, además de compositores clásicos, reconocen en sus construcciones musicales una obra no sólo importante, sino enorme. Pero hasta qué punto es posible atender semejante trabajo como referencia de otro, digno de abordaje más allá de la simple intertextualidad, dado que revela con claridad mayor, acaso, los rasgos generales de la original visión de la artista.
Es difícil determinar, atentos a la época de producción de sus discos, si tal o cual cuadro, también de entonces, fue paso anterior o posterior al de la concepción de una colección musical, incluso si, digamos, sea obvio que aborde en sus letras los mismos temas. Esto es así aún en el caso de un cuadro-portada para un disco, no obstante, cierta lógica nos invite a tener las imágenes por trabajo posterior, destinado a representar el conjunto de grabaciones.
A partir de las relaciones que se tejen entre ambas obras, la pictórica y la musical, se revela, sin embargo, una lógica para el desarrollo del discurso único, que, veremos acaso, en lugar de extraviarse, ha revelado de obra en obra, aristas luminosas a una honda comprensión de su evolución en el tiempo.
1968. Colores intensos, formas definidas en trazos sencillos. A menudo líneas gruesas. La búsqueda de una definición consistente en relación al espacio circundante, más allá; un espíritu (en tanto motivo articulable) por, desde y en el color. Aires melancólicos, también, pero contrarrestada por la vitalidad que entraña la luz en tonos diversos, que invaden el lienzo, atentas, eso sí, a cada línea de frontera.
La época corresponde a Songs to a seagull, el primer álbum de la artista: notable, aunque acuse similitudes de estilo achacables a algo más que el contexto con otros contemporáneos. Sin embargo, su revelación intimista implica un enfoque diferente y, con éste, métodos diferentes: la languidez del trazo estereotipadamente femenino cede campo a una potente expresividad de acordes más bien crudos. Esta clase de distinciones apenas le permite marcar posición, de momento. Y lo mismo, con sus pinturas, que siguen patrones estéticos y hasta los rasgos más típicos de ciertas representaciones empleadas también en la publicidad de entonces. La calidad de sus letras, su facilidad para crear estribillos cautivantes, le bastaron, no obstante, para abrirle paso a la repetición de dosis, mejoradas, eso sí, de la propuesta. Ocurre con Clauds, al año siguiente.
Es con la aparición del legendario Blue, que Joni tiende a experimentar más con fotografía. En sus imágenes procesadas nos vemos ante juegos de perspectiva con objetos voluminosos en primer plano, sombras como mantos para balancear el cuadro entero, en peso y color, para ganar en la perspectiva, lo obvio: profundidad, a partir de la propia imagen retratada, que entonces gana otra consistencia, de la profundidad, digamos, de personaje. Gente de espaldas o perfil se convierte así en símbolo. Efectivamente, este trabajo no se deslinda aún de cierta tendencia publicitaria, pero nos recuerda con sobrada elocuencia que casi siempre es el medio de consumo el que se apropia de los recursos artísticos, despojándolos de su potencia cuestionadora, claro.
El mismo ejercicio se plasmará en sus lienzos. En estos, por otra parte, jugarán un rol importante los reflejos y juegos de refracción…, alusión a eso que se deforma entre el objeto y el ojo: la complejidad del prisma que constituye el complejo personal: cuerpo, percepción y psique y racionalidad, sujeto del contexto.
En consecuencia con lo dicho, nuevamente, hombres y mujeres de rostro indefinido… En sus letras, una visión compleja de las relaciones de pareja y de otras índoles, de la formación de la propia identidad de los individuos a través de estos juegos afectivos: reflexión y refracción, ahora como transferencia y contra-transferencia, si se quiere, por rollo de la época.
Atrás quedó la perspectiva elemental del periodo anterior, digamos, algo inocente. Ahora, la indefinición de ciertos rasgos, lejos de arriesgar el balance del cuadro, lo llena de un denso misterio. Las líneas funcionan como rasgos referentes, marcos de coordenadas. La dinámica interna de cada imagen ha de revelar, por lo visto, la carga significativa de la personalidad. Algo plenamente coherente.
Joni, digamos, alcanza vuelo firme con el temblor de su propio pulso.
De y con la esencia del Folk, pasa por el Rock enriqueciéndose de nuevos ritmos y melodías, aprovechando al destacado equipo de músicos que, atentos a lo que venía haciendo, acuden de inmediato a ella.
La seguridad da paso, entonces, a cierta aceleración… Velocidad. Potencia.
A mediados de la década de 1970, Joni dará el gran paso hacia un sonido mucho menos fácil de definir en base a las etiquetas de género, gracias, sobre todo, y curiosamente, al modo en que explora el Jazz… Pierde así a sus rastreadores: la pauta en todo caso la establece claramente la inspiración de una artista liberada a través de los recursos del más amplio y rico de los caminos a la llamada fusión.
En los lienzos, por su parte, encontramos representaciones abstractas de cuerpos y rostros que empiezan a tomar expresiones definidas, marcas del temperamento y los estados emocionales que dan luz, en proyección de tonos, a la composición entera. En este punto, es clara la vinculación de su trabajo con el Expresionismo abstracto: colores en vibrante forma, tiempo suspendido en procesos de pretendida «trascendencia»; efectivamente, proyecciones de formas que traicionan la contención lógica de los cuerpos. Cabe señalar que la feliz influencia de Bacon salva aquí la propuesta de cualquier remota simplificación abocada a la hiper subjetividad.
A las claras, cuán lejos se encuentra ya del primer punto de partida, aquel asomo, primera exploración de las propias inseguridades, que, enhorabuena, dio paso a la seguridad de una suerte de autoconocimiento. La música de Joni alcanza en este periodo el nivel de auténtica experiencia, con un carácter no solo propio, si no tremendamente original, desafiante.
Un desgarro. Plena intensidad.
Los símiles abundan: Carne retorcida, acaso una falla cromosómica, una torcedura cigótica que, a la luz, contrapuntea entre el asco y la pena. Ultraje de la naturaleza, si cabe semejante cosa… más allá de Bacon. Todo ello, además, desde la cotidianidad, a través de las preguntas: ¿Qué te hizo infeliz? ¿Quién viola aristas de sí mismo y se señala con un dedo leproso de discursos de escuela: loca o loco?
En esta década se marcará un hito importante no solo en la carrera de la Mitchell, si no en la historia de la música. Aparece Hejira, obra impar.
La crítica ya había manifestado su sorpresa ante los trabajos anteriores, por el modo en que Joni adoptaba en ello variedad de elementos que, aunque a priori, podrían parecer a muchos, producto del capricho, resultaban al cabo, elementos de brillo singular en una propuesta mayor, incomprensible bajo una simple etiqueta de género o estilo.
Con Hejira, en definitiva, va todo más allá. Complejas estructuras, melodías sinuosas, como sueños reveladores, proféticos; juegos de resonancia de todo tipo, sacudiendo los ecos propios, seducidos, más allá del último vibrato, al cabo incluso de la última nota de cada tema. Historias de intimidad desgarrada…
Cabe aquí el simple comentario: Cuán seguro debe estar uno para completar la producción de una obra de semejantes características.
I was driving across the burning desert.
When I spotted six jet planes
Leaving six white vapor trails across the bleak terrain
It was the hexagram of the heavensit was the strings of my guitar
Amelia, it was just a false alarm
The drone of flying engines
Is a song so wild and blue
It scrambles time and seasons if it gets thru to you
Then your life becomes a travelogue
Of picture-post-card-charms
Amelia, it was just a false alarm
El carácter visual de sus letras, cobra aquí un vuelo diferente…
No regrets, Coyote.
We just come from such different sets of circumstance.
I’m up all night in the studios
And you’re up early on your ranch.
You’ll be brushing out a brood mare’s tail
While the sun is ascending,
And I’ll just be getting home with my reel to reel…
There’s no comprehending
Just how close to the bone, and the skin, and the eyes, and the lips you can get
And still feel so alone.
And still feel related
Like stations in some relay.
You’re not a, a hit and run driver, no, no,
Racing away.
You just picked up a hitcher,
A prisoner of the white lines on the freeway.
Expuestos como oyentes a las entrañas de un cuerpo revuelto, y vuelto a las alturas, proyectándose desde su condición de honesta manifestación de lo que duele, marca, asistimos a un tipo de trazo definitivo. Fuego, hielo. Una mueca sin ánimos de provocación: la expresión honesta de una condición histórica personal. Lo que perdura.
Mención aparte, la portada del mismo álbum: un montaje fotográfico en blanco y negro que expresa por sí mismo un vuelo para el que es imposible preparación plena… (Y debemos remitirnos al título: Se conoce como Hégira al traslado de Mahoma, de la Meca a Medina; una huida y, por tanto, un cambio profundo a partir de la ruptura…, que al caso de la Mitchell vino a ser, una vez más, afectiva: una ruptura amorosa y el consecuente luto.)
[Nota al margen, redundante: Hejira merecería no solo un texto aparte, si no sesiones de escucha guiada. Maravillosos 52 minutos, 18 segundos.]
Entonces llegaron Don Juan’s reckless daughter y Mingus. Para muchos, quizá lo mejor de su obra musical; para otros, poderosos ecos, proyecciones y últimas exploraciones por las rutas abiertas con el álbum precedente. Sin embargo, está claro que Mingus habla por sí mismo y no sólo sobre Mingus, sino con él y a través de él, de su trabajo propio. En efecto, Joni estaba rodeada de maestros cada uno en lo suyo –Jaco Pastorius, entre ellos, con un rol especial, de motivos que exceden a su talento musical–. Había aprendido de todos ellos y los había llevado, por su parte, a lucir lo de mejor de sí en sus producciones. Mingus supera la pretensión de tributo.
Esta apuesta aparte y mucho más allá, establecieron el punto a partir del cual la Mitchell contemplará su obra en retrospectiva.
Década de 1980. Cambio en las texturas. Quizá un endurecimiento. Su voz, la de las letras, definida ya, madura del todo, marca sin titubeos caminos que para otros músicos han resultado imposibles de seguir so pena de lucir en el mejor de los casos, como afortunados tributantes.
Entonces ocurre, se da algo así como en pausa creativa, que no corta el flujo más claramente inventivo, el de la explotación de recursos expresivos en una orientación previamente mapeada, sin resta cuanto a potencia exploratoria.
De la temática, tenemos una exposición afectiva, teñida esta vez de cierto cinismo, sin pedantería. El rumbo es firme, digamos, por puro derecho: la voz clama sola y sola continúa su prédica, más allá de que detrás marchen los devotos. El pulso para el montaje y la ejecución de cada obra, de áspera proyección, cala con excelente filo. Wild things run fast y Dog eat dog hieren hondo.
Las portadas de los discos muestran a las claras una tendencia análoga a la descrita, en pintura: Es la propia Joni que aparece, desnuda figurativamente, a través de la expresión de su semblante, su postura y movimiento, a través también de los elementos que la acompañan: objetos de la cotidianidad, color y sombra para los ecos del clamor. Siempre, la hondura retadora del personaje bien cuajado.
Otros lienzos de aquellos años, curiosamente, se cargan de detalles que anteriormente, era claro, evitaba. Consecuencia del nuevo empoderamiento, seguro.
Década de 1990. La obra pictórica se hace más compleja, tanto en sus muestras de expresionismo como en las de realismo abstracto, pero quizá con mayor énfasis aún, considerando como es debido, los antecedentes específicos, en sus paisajes realistas y autorretratos. El más famoso de estos corresponde precisamente a este periodo.
La Mitchell visual gana consistencia con la repetición –que no, redundancia–. Suma. Otro tanto de lo mismo, en su producción musical. Consecuencia lógica.
Después del año 2000, los nuevos cuadros se suman en un recuento de perspectivas –insistimos– con una artista más segura de sí misma al pincel… Por otro lado, Turbulent Indigo (1996) fue el último disco con material original… hasta 2007, año en que vuelve, renace, según muchos críticos, con Shine. Entretanto, Joni lanzó solo dos álbumes: nuevas versiones de grandes clásicos de su carrera: Both sides now y Travelog. Al último de estos, llegó a anunciarlo como aquel con que daría fin a su carrera.
Asomo de falsa plenitud, quizá. Siendo el conflicto, siempre, la fuente.
Un año antes de la llegada de su último disco a la fecha, Joni realiza una amplia serie de trabajos en base a fotografía: negativos en juego de verde, que parecen componer un conjunto de impresiones incompletas, deformaciones en espera de la luz plena, del color que devele su forma más compleja en la realidad, y la sencillez sin enigmas de los hechos congelados de cada captura.
Parece un anuncio involuntario de lo que vendría por el lado del sonido… y la palabra.
Fue del perfeccionamiento de su técnica en cuadros realistas a la fotografía, con la que, sin embargo, pretende mostrar algo que en colores puros, digamos, no calza, no va.
Es la vejez. Acaso una derrota. Siguiendo a Roth, más que eso: una masacre. Entonces Joni declara, para más inri: Odio la música…
Es verdad que hubo versos y tiempo vivo en movimiento, arquitectura en flujo, para parafrasearla: una voz nueva para aclarar quizá lo que no cupo en imágenes… Tal vez. Pero más probablemente, Shine haya sido… y sea, precisa y sencillamente, la luz que completa aquellos negativos de su última muestra. Un estupendo disco. Sobre todo, en tanto y cuanto complemento.
Toda exploración personal ha de contemplar, de hecho, los límites de la persona misma, y por mucho que uno pretenda ampliarlos, ha de cuidarse del idealismo, de la ilusión de trascendencia inmaterial. Joni supo hacerlo y paró a tiempo. Sobran motivos para agradecerle, también en el silencio, tanto musical como de lienzos. Su obra está viva, se comunica.